Descripción del caso.
Ahora si soy consciente de mis errores con respecto a mi hijo por querer hacerlo a mi imagen y semejanza, sin darme cuenta que el ser y actuar como yo lo he hecho a lo largo de mi carrera profesional, a lo único que puede conducir es a un sin vivir y a una calidad de vida, nula o casi nula.
Mi hijo es un chaval de 17 años que este año comenzará la universidad.
Es inteligente; en el colegio siempre nos lo dijeron, y yo así lo veía. Estudioso, aunque para mí perdía el tiempo, muy responsable, aunque yo le reprochaba su falta de responsabilidad. Pretendía que fuese el número uno en todo. Ser el mejor. No permitirse el menor fallo en nada. Por ello, siempre mi exigencia para él fué la máxima, porque para mí mismo establecía los mismos criterios.
Pero si mi hijo era inteligente y estudioso, por qué no se veía reflejado su esfuerzo y capacidad en las calificaciones el colegio? Sencillamente por ese inconformismo con toda su vida estudiantil.
Ser cuidadosísimo en la presentación de sus deberes. Cuidadoso hasta la exageración. Ser el mejor en todas y cada una de las asignaturas del curso. Ser el mejor en el idioma, francés, del que recibía clases después del horario del colegio. El inglés lo estudiaba en el curso oficial y lo hablaba y escribía correctamente porque los veranos lo enviaba a Inglaterra para perfeccionar. También era bueno en piano, ya que acudía al conservatorio para dominar este arte. Además conmigo repasaba a diario las materias de ciencias del curso.
Mi hijo prácticamente dedicaba el día entero al estudio, a excepción de las tres horas semanales que tenia que acudir a un gimnasio, también para ser el Número 1.
Mi hijo se encontraba sin ilusión, vivía sin perspectivas de futuro porque no se sentía feliz. No era como sus compañeros. No tenía satisfacciones de triunfo en algo, porque su creencia era que fallaba en todo. Era siempre pensar y creer en lo absoluto, sin admitir que todo es relativo. Admitir que tenemos fallos y errores. Saber que no somos Dios.
Un día mi hijo me hizo saber que vivía mal, que sufría, que quería hacer todo sin cometer un solo fallo y que si en algo se equivocaba, no se lo perdonaba.
Esto que me hizo saber mi hijo, y que yo no veía, me hizo reflexionar, porque a mí me ocurría lo mismo que a él. Yo en mí nunca lo admití, tal vez, porque nunca me paré a pensarlo.
Decidí buscar a un profesional que ayudará a mi hijo a encontrarse y de paso que me ayudara a mí también porque mi vida es este aspecto había sido un desastre.
Mi profesión es de economista. Dirijo un gran empresa. No confió en nadie. No delego en nadie. Absolutamente todo lo he de revisar yo personalmente. No tengo vacaciones y si salgo unos días con mi mujer a descansar, no solo no descanso sino que me encuentro peor porque estoy abandonando mis ocupaciones profesionales, a pesar de que en unos días me rodeo de mi ordenador y mis móviles.
Soy consciente de que para mi hijo no deseo la vida que he llevado yo.
Por suerte, mi hijo que es muy receptivo ha asumido perfectamente que hay que cambiar, que se puede cambiar. Solamente es aceptar que un error no es significativo de un hundimiento. Es saber que podemos y debemos tender a ser buenos, pero no tan perfectos que no podamos aceptar las equivocaciones.
Mi hijo ha salido de este laberinto. A ver si yo también consigo salir.