Descripción del caso.
Mi marido y yo llevamos casados diez años. Tenemos un hijo y aparentemente somos felices de cara a los demás pero en realidad no es así.
En la actualidad estamos realizando una terapia de pareja. Estamos comenzando y aun no podemos cantar victoria, aunque los dos deseamos poner solución a lo que a los dos nos angustia.
Todo comenzó a torcerse desde los primeros meses de casados. Mi marido es hijo único y es el ojito derecho de su madre, tanto es así que podríamos decir que padece el síndrome, si es que ese síndrome existe, de “mamitis”. Desde el primer momento, mi suegra intervenía en todo nuestro matrimonio. Constantemente pegada al teléfono para preguntar por su hijo como le iba, como estaba, si era feliz, si le echaba de menos etc., etc.
Menos mal que vivíamos en ciudades diferentes, pero así y todos los domingos teníamos que desplazarnos a casa de mi suegra para comer con ella a una distancia de 120 Km.). Disponía de nuestras vacaciones. 15 días nosotros solos y 15 días con ella en su casa. Me decía a mí como decorar la casa, que muebles había que comprar y hasta quería personalmente conocer a la asistenta que iba a casa dos días por semana para dar su visto bueno.
Al principio lo acepté de mal grado, pero lo acepté. Creo que ese fue mi error. Yo hablaba de este tema con mi marido pero era tema tabú. Solo conseguía enfados, malos modos y la pareja se iba deteriorando poco a poco. Llegó un momento en que no soportaba más la situación. Mi estado de excitación llego a un punto, en que perdí mis formas y llegaba a insultar a mi suegra, sin estar presente ella, ante mi marido. El reaccionaba insultando del mismo modo y con frases hirientes a mis padres y hermanos, también sin estar presente ellos, pero ante mí.
El deterioro fue tal, que lo que nunca pensé que pudiese ocurrir, ocurrió. Llegamos a pegarnos y ante esa situación nos planteamos el divorcio. Los dos somos católicos y practicantes. Tenemos un hijo y eso nos hizo pensar en que deberíamos buscar antes de dar el paso de la separación, la ayuda de un tercero. Acudimos a un sacerdote amigo de los dos, que a la vez de aconsejarnos como sacerdote amigo, nos recomendó una terapia de pareja con un profesional.
En esto estamos en el momento actual. Creo que nos están poniendo las pilas. No son culpables nuestras familias por mucha interferencia que haya, culpables, en todo caso somos nosotros por no saber enfrentarnos a las circunstancias y ser conscientes de que el problema o problemas somos nosotros dos, quien tenemos que solucionarlo. De momento, la terapia funciona. Espero y deseo que por el bien nuestro y de nuestro hijo, salgamos adelante, Si así es, y así creo que será, pronto apareceré en esta página para dar testimonio de que hay que luchar antes de tirar la toalla.