Descripción del caso.
Hola. Soy un chico de 32 años. Hace un año que he salido de un trastorno obsesivo compulsivo que arrastré durante más de 11 años.
He oído de casos de gente, que cuando tiene un trastorno de este tipo, sufren una angustia terrible por no saber qué les está pasando.
Yo tuve la suerte de saber que lo que me sucedía era un trastorno (aunque aún ni siquiera sabía como se llamaba) que alguna gente padecía. Había oído de casos de gente con problemas similares e incluso recuerdo ver en un telediario una mención a este tipo de problemas. Gente que va caminando por la calle vigilando no pisar las líneas de las baldosas del suelo, gente que no puede parar de lavarse las manos por miedo a contagiarse de alguna enfermedad…
En mí empezó a manifestarse y hacerse cada vez más presente en mi vida cuando aún estudiaba. Se me venían a la cabeza un montón de ideas obsesivas de distinto tipo. Algo malo que le podía pasar a alguien de mi familia o ser allegado. Algo que me podía pasar a mí. A veces cosas pequeñas, como suspender un examen. A veces cosas graves como la muerte de un ser querido. Eran por ejemplo frecuentes las ideas/miedos a que me tuviesen que amputar algún miembro, o de quedarme inválido. Eran un montón de cosas las que se me venían a la cabeza, y no sólo una idea obsesiva cómo le pasa a mucha gente que padece un trastorno como éste.
Estas ideas obsesivas, me creaban una angustia grande, que yo “aplacaba” haciendo una especie de “rituales” para que aquello que en ese momento se me venía a la cabeza, no sucediese. Esos rituales eran lo que más adelante me dijeron que se denominaban “compulsiones”.
En mi caso, para aliviar la tensión que me creaba una idea obsesiva, tenía que repetir dos veces lo que estaba haciendo o bien hacer dos veces algún tipo de gesto.
Ya fuese coger un vaso y volverlo a dejar en su sitio. Pasar dos veces por el mismo sitio, mirarme dos veces las manos estirándolas. Contraer el estómago dos veces.
Horrible. Cada idea obsesiva que me asaltaba venía seguida de uno o varios de estos rituales o compulsiones. Algo así como el supersticioso que ve de lejos un gato negro y se cambia de acera para evitar que el gato se cruce en su camino.
Al principio eran dos veces. A medida que el trastorno se fue agudizando, pasaron a ser un nº par de veces, con lo que en lugar de coger un vaso y dejarlo en su sitio dos veces, podía llegar a hacerlo cuatro, u ocho …
Otra cosa curiosa de todo esto, es que en el fondo, yo era consciente de lo “absurdo” de la situación. Es decir, sabía que esos gestos, esas compulsiones no iban a evitar nada, y que esos miedos, eran infundados. Pero no podía evitar que las ideas obsesivas me asaltasen generando una ansiedad que alimentaba continuamente ese comportamiento.
Cuantas veces me propuse controlarlo. Desde que me levantaba, intentaba no responder a las ideas que me asaltaban, con las compulsiones. Pero siempre acababa cayendo perdiendo el control sobre ello.
Comencé a tratarme con un psiquiatra.
Él entendía perfectamente de lo que yo le hablaba. Me sentí totalmente comprendido. Es un alivio en un caso de estos hablar con alguien que entiende lo que te pasa. Es algo que no puedes contar, en muchos casos ni a la gente allegada a ti, porque realmente sabes que es muy difícil que lo entiendan, y muy fácil que les parezca algo rarísimo. Tienes miedo de que te tomen por una especie de bicho raro.
El psiquiatra me diagnosticó el Trastorno Obsesivo Compulsivo.
Empecé entonces a medicarme. Y fue, con el TOC relativamente poco avanzado… Al menos si lo comparo con como llegó a degenerar más tarde.
Los medicamentos me permitieron hacer vida “pseudonormal” durante los más de 11 años que los tomé. Me explico.
Los medicamentos lograban retener aquello. Al principio noté mejoría. Pero el trastorno no desaparecía. Y con el tiempo volvía a agudizarse.
Cuando volvieron a aumentar las compulsiones, el médico aumentaba un poco la dosis de medicamentos, y la cosa se estabilizaba. Es decir “dejaba de ir a más”.
Durante todo ese tiempo, excepto una de las veces, en la que el médico me redujo la dosis porque llegué a encontrarme un poco mejor, la dinámica fue esa: Si pasaba una época de excesos (trasnochar, dormir poco) o con tensiones fuertes (exámenes, ansiedad, disgustos), las compulsiones se hacían fuertes y aumentaban.
Volvía al médico, y aumentaba la dosis de la medicación. Las compulsiones se estabilizaban (dejaban de aumentar, pero no disminuían).
Así hasta una nueva mala época. Nuevo aumento de las compulsiones y disminución de mi capacidad para intentar controlarlas. Aumento de la dosis de medicación.
Aún con todo esto, logré terminar con mucho esfuerzo los estudios y empecé a trabajar. Tiempo después me independicé. Me fui a vivir fuera de casa de mis padres. Poco a poco iba prosperando profesionalmente. Siempre digo que la medicación me permitió ir llevando esta vida “pseudonormal” e ir alcanzando estos logros tan comunes. Pienso que sin las medicinas esto hubiese sido imposible.
Pero la llamo vida “pseudonormal”, porque la calidad de la misma se veía muy, muy afectada. Mi rendimiento en prácticamente todo lo que hacía estaba muy mermado. Cuando estudiaba. En el trabajo. Cuando leía una novela, o un periódico, pasaba por la tortura de llegar a leer 8 veces la misma frase. O a tener que ponerme de pie y estirarme cuatro veces para evitar que sucediese algo malo que la frase que acababa de leer me había evocado. El mero hecho de leer la palabra “muerte” “violación” “amputación”, generaban esas ideas que me llevaban a las compulsiones.
No exagero un ápice si digo que desde que despertaba por la mañana, al levantarme de la cama, lo primero que tenía que hacer era uno de mis “rituales” o compulsiones, porque enseguida aparecía una de estas ideas obsesivas.
Cada vez esto me generaba más y más ansiedad. Y la ansiedad hacía que todo degenerase cada vez más.
Para controlar lo grotesco que el hacer esto delante de los demás tiene, procuraba disimular. Sustituía compulsiones que podían llamar la atención, por otras menos perceptibles para quien estaba conmigo. Contraía el estómago fuerte un nº par de veces.
Leía un letrero que hubiese por la calle un nº par de veces. Mi comportamiento no dejaba de resultar extraño a los demás en algunos momentos.
Delante de mi familia (ellos conocían mi problema), era menos capaz de ocultarlo. Se puede decir que mis compulsiones vivían con nosotros.
Cuando estaba solo, la cantidad de actos compulsivos que realizaba, era sencillamente salvaje. Aquello me perseguía siempre. Estudiando. Leyendo. Hablando con alguien. Viendo la tele. Comiendo.
Yo seguía para adelante con este lastre, que cada vez se iba haciendo más grande y más pesado. Creía que lo único que podía hacer era llevarlo lo mejor posible. Hacía ya algunos años, cuando hablé con el psiquiatra que me trataba acerca de ello, me dijo que era algo crónico y que la única solución era la medicación. Que el trastorno no desaparecía, y que las medicinas eran lo único que me permitiría controlarlo.
Recuerdo empezar a mirar información acerca del TOC en Internet y encontrar una página de psiquiatría donde decía que efectivamente el TOC era algo crónico.
Como he leído en el texto de otra paciente en este mismo apartado “Me gustaría que me viesen ahora”.
Yo mismo había escuchado a Miguel G. Herrero en la radio un par de veces. Pero fue alguien de mi familia que lo oía asiduamente quien se empeñó enconadamente en que acudiese a ver a Miguel. Como me alegro de haberle hecho caso.
Yo era más que escéptico. A esas alturas yo tenía aceptado que el TOC era algo crónico. Pero finalmente pensé que por ir a tener otra opinión, no perdía nada. Decir que me alegro enormemente de haber dado ese paso, es quedarme muy corto.
Cuando conocí a Miguel sentí esa sensación de comprensión que había sentido años atrás con el psiquiatra que me trataba.
Sin embargo, el me dijo que mi trastorno se podía curar totalmente. Con un trabajo dirigido en 30 horas de psicoterapia. El TOC se podía curar ¡¿?!. Y podría abandonar la medicación!
Y me habló de su experiencia tratando este trastorno. Se me estaba abriendo una nueva puerta. Casi no sabía si creérmelo.
Me decidí a ponerme en sus manos.
Me trató Silvia García. Fueron 30 sesiones y posteriormente otras 10 de seguimiento. Gracias de nuevo Silvia.
Dirigido por ella, trabajando y haciendo un importante ejercicio de fuerza de voluntad, hoy hace más de 8 meses que terminé el trabajo de terapia y más de un año que borré las compulsiones de mi vida.
Acudí a otro médico durante el tratamiento con Silvia, para que me quitase gradualmente la medicación. Hace ya meses que los antidepresivos, antipsicóticos y demás han desaparecido ya de mi vida. Sigo tomando ansiolíticos alguna vez en dosis ya muy bajas y espero dejar de hacerlo en breve.
Desde hace tiempo puedo disfrutar de un libro de verdad, mi rendimiento en el trabajo, estudiando, y en todas las facetas de mi vida, no se ve mermado por las compulsiones. Y por supuesto, mi ilusión ha crecido enormemente y la sensación de alivio y las ganas de hacer cosas han ocupado en mi vida todo el espacio que antes ocupaban las compulsiones. Y dentro del proceso de terapia, aprendí a modificar conductas relacionadas con mi trastorno. A dejar de ahogarme en un vaso de agua. A dejar que cualquier contrariedad que se presentase en mi vida, me pareciese una cuesta arriba difícil de subir. Librarme de las compulsiones, superar el trastorno, me ha dado una sensación de libertad enorme. Vivir sin aquello es otra cosa.
Quiero animar a todas las personas que estén en una situación similar o tengan a alguien allegado que sufra el trastorno. Podéis dejarlo atrás, como he hecho yo. Cómo ya habréis podido leer aquí en los casos clínicos de otras personas, EL TRASTORNO OBSESIVO SE CURA.
Animo