Descripción del caso.
Me daba miedo estar con gente. En el instituto solía ponerme al final de la clase, pensando que de esa forma el profesor no me preguntaría y no me sacaría a la pizarra.
Tenía compañeros de curso, que no amigos. No salía nunca de casa por más que me insistieran mis padres y mis hermanos. Yo ocupo la nº 3 de cuatro hermanos. Éramos dos chicas y dos chicos. Mi hermana cuatro años mayor que yo, no me llevaba con sus amigos por eso de la diferencia de edad, aunque sí me hubiera invitado a salir yo me habría negado.
Después fui a la universidad y más de lo mismo. Sola siempre y antipática con los demás aunque yo no quería serlo. Termine mis estudios Universitarios. Soy economista y trabajo en una sucursal bancaria. Todo ha seguido igual hasta hace un año, en que por fortuna he podido con sacrificio y con ayuda psicológica, por supuesto, superar ese problema que se denomina fobia social.
Miedo a los demás y sentido de ridículo ante lo que pudiese pensar la gente. El contacto con otros me suponía un esfuerzo inusitado, no solo por los temores irracionales de que iba a ser rechazada, sino por los síntomas físicos me que aterraban: rubor, ahogo, taquicardia, temblor de manos…
Hace seis meses, he comenzado una relación con un chico. Ha sido el primero con el que he salido. Siempre evité el salir a solas, por los miedos que he descrito. Todos me decían y me dicen que soy mona. ¿De que me servía, si me enroscaba en mí misma? Hablaba poco, pendiente del rechazo que presentía, incomodísima, deseando llegar a casa para meterme en el ordenador que era mí único amigo, ya que este no podía hablarme, no esperaba respuesta porque no hacía preguntas, no me observaba, no me juzgaba, en definitiva no intervenía para nada en mi vida.
Hoy sé que un ser humano es mucho más que un ordenador. Se que el intercambio social es válido y positivo y agradezco profundamente el haber aprendido los mecanismos que me aportan los psicólogos que trataron mi problema de fobia social.
Saber que cada uno es como es y cómo quiere ser y saber que nadie debe juzgar comportamientos, siempre que no sean dañinos, para los demás. Por otro lado nadie juzga hasta los extremos que yo presentía. Nadie me juzgaba aunque yo estuviese pendiente de esos hipotéticos físicos.
Ahora me considero normal en mis pensamientos, apreciaciones y comportamientos. Hablo, rio, lloro y sueño como cualquier ser humano. Me relaciono con todos, pido ayuda cuando la necesito y ayudo o intento al menos hacerlo, como en este momento pretendo, para dar ánimos a los que estén hoy como yo estuve ayer.