Descripción del caso.
Esta es mi historia. Soy un chico de 26 años que está estudiando en Madrid. Se trata también de un problema obsesivo. Al principio empecé a sentirme mal e incómodo con la gente de mi grupo de amigos. Notaba un cambio de actitud en su comportamiento conmigo y yo me preguntaba constantemente cuál era el motivo para que ellos me trataran de forma diferente. Analizaba de manera exhaustiva cada uno de sus gestos y palabras. Notaba como si ellos quisieran quitarme de en medio, como si cambiaran el tema de conversación cuando yo aparecía. Notaba incluso, en mi estado obsesivo, sus miradas hacia mí de forma diferente, mucho más frías y distantes.
Llegó un momento en el que estaba tan obsesionado que no podía más que pensar en ello continuamente, preguntándome qué es lo que podía haber pasado, o incluso peor, martirizándome a mí mismo pensando que yo era el culpable de esta situación. Así iban pasando los días, y las semanas, y el infierno en el que estaba metido cada vez era mayor. No era capaz de hablar con ellos ni de contárselo confidencialmente a nadie porque ni siquiera yo sabía lo que me estaba ocurriendo realmente. Nunca me había pasado nada igual antes, pues yo soy una persona muy sociable y me gusta mucho estar con la gente. Pero ahora sólo me apetecía estar sólo, inmerso en mis pensamientos, machacando en mi cabeza la misma idea todo el tiempo. No podía concentrarme en nada más, ni siquiera era capaz de leer los apuntes ni mucho menos estudiar. Pasaban los días y no hacía nada. No quería estar en compañía de nadie más. Prefería bajar al comedor de la residencia de estudiantes donde estaba a última hora, para no coincidir con nadie y comer o cenar sólo. Incluso yo mismo me sorprendía de mi cambio de actitud.
Estaba tan desesperado e impotente, por no saber a quién acudir o qué hacer, que un día no pude más y exploté contándoselo todo lo que me ocurría a tres de mis amigos más íntimos. Recuerdo perfectamente cómo reaccionaron. Se quedaron perplejos y sin saber qué decirme. No me entendían. Eso hizo que me sintiera mucho peor, como un “bicho raro”. No me entendían ninguno de ellos, o al menos eso creía yo. Uno de ellos me llevó aparte y me dijo que no me preocupara, que él sí que me entendía perfectamente, mucho mejor de lo que yo podía imaginar. En ese momento me dí cuenta de que él se había convertido en mi ángel salvador. Me recomendó a una persona amiga suya que era psicólogo experto en mi problema. Y no sólo se quedó ahí, sino que inmediatamente sacó el móvil y le llamó y me puse a contarle a través del teléfono todo lo que me pasaba. Me dijo que no me preocupara, que no era nada y que fuera a verle al día siguiente. En ese momento me sentí muy aliviado. Por fin veía algo de luz al final del túnel.
Comencé una terapia con Miguel a la semana siguiente de 30 sesiones. Al principio fue muy duro y creía que nunca me iba a recuperar. Sin embargo, a las pocas sesiones empecé a notar cambios bastante grandes a mejor. Me notaba mucho mejor de ánimo, incluso los exámenes que creía que estaban ya perdidos los aprobé todos. Fue como volver a empezar a ser yo mismo otra vez. Seguí todos sus consejos y funcionaron. Pero había dentro de mí aún algo que todavía no le había contado a él, ni a nadie más, y que notaba que necesitaba hacerlo, pues estaba también obsesionado con el tema. Un día en la consulta se lo dije, le dije que era gay, que me gustaban los chicos, y que nunca se lo había dicho a nadie más por temor a su reacción o lo que pudieran pensar de mí, ni siquiera a mis padres. Mi caso no era uno de esos casos de confusión, para mí fue mucho más fácil. Yo sabía desde siempre cómo era pero no podía contárselo a nadie por miedo. Miguel organizó una cita con mis padres para contárselo de una vez. Aquel día fue uno de los peores de mi vida. Lo pasé muy mal porque ese momento me lo había imaginado muchas veces y con muchos finales distintos. Afortunadamente todo salió a la perfección y mi familia me ha ayudado en todo momento. Quieren que yo sea feliz, y al verme feliz ellos también lo son.
A partir de ese día me encuentro mucho más feliz conmigo mismo. Veo la vida de otra manera. Me siento completamente libre, sin ningún peso encima. Ya no tengo necesidad de ocultarle nada a nadie. Mi familia y la gente que me rodea ya lo saben, y no les importa a ninguno de ellos. Ahora cuando recuerdo los momentos en los que me sentía mal y agobiado por el tema, me doy cuenta de la cantidad de tiempo que he perdido obsesionado con tonterías que no van a ninguna parte. Estoy muy agradecido a Miguel García Herrero por todo lo que se ha preocupado y ha hecho por mí, al igual que a mi gran amigo que entendió desde el principio mi problema y me ha ofrecido su apoyo en multitud de ocasiones. Gracias a gente como ellos el mundo es mejor. Gracias a los dos de corazón.