Descripción del caso.
¡Esto es el infierno!
Así es como consideraba yo lo que era esta vida que me había tocado vivir. Tengo ahora 42 años; soy catedrático de Universidad. Cuando estudiaba en mi colegio el primer curso de BUP, uno de mis amigos sufría lo que ahora sé, antes no lo sabía, una Dismorfofobia.
Él pensaba que sus orejas eran muy grandes. Ninguno de nosotros así lo percibía. Mi amigo me preguntaba: “-¿Tú me ves las orejas grandes?”. Yo le contestaba que sus orejas eran normales. Me reía de sus preguntas y de su sufrimiento, para mi, entonces, absurdo, ilógico e incluso, estúpido.
Un día, mi amigo no asistió a clase. Al día siguiente, nos dijeron que había sufrido un accidente. Le había atropellado un coche. A partir de ese momento yo me preguntaba: “- ¿Habrá sido un accidente?, ¿lo habrá provocado él?”… Mi infierno… ahí comenzó.
Si alguien por sus orejas, normales, sufría como yo le vi sufrir, ¡que diferencia había entre sus orejas y las mías?. Comencé a mirar constantemente mis orejas. No me gustaban. Comparaba mis orejas con las de mis compañeros y me fijaba en las de los demás; los que veía en la calle, las de mis padres, las de mis profesores… Empecé a pensar que la gente no me aceptaba por mis orejas. Dejé de ir al colegio, mis padres no entendían nada. Exigí ir a un cirujano plástico para que me operase. Mis padres viendo y “sintiendo” mi dolor, accedieron a llevarme al cirujano. Este profesional me dijo que no veía anomalía alguna y que para nada, había que intervenir. No me convenció; yo insistía, necesitaba una operación. Perdí cursos académicos, quería morir, nadie me entendía. Una noche escuchando una emisora de radio, Radio COPE, por casualidad, se estaba tratando este problema mío y de otros muchos: la Dismorfofobia. Quien lo padece no lo acepta, no lo admite. Prefiere morir. ¿Orejas grandes?, antes de tenerlas así ¡me suicido! Pero… mis orejas eran normales. Y aunque hubiesen sido descomunales ¿qué? Acudí a este Centro, ahí en cuarenta sesiones, cinco meses, pude resolver mi problema. Aprendí que la lógica en estos casos no sirve para nada. Si mis orejas eran normales ¿qué tenían que decirme?, ¿Qué eran normales?, eso ya me lo habían dicho hasta la saciedad, pero a mi no me servía. No emplearon la lógica; no el convencimiento; no la relajación; no los fármacos… solo y únicamente y a través de una terapia cognitiva, dejé de torturarme por mis orejas.
Pude terminar mis estudios. Soy, como digo, catedrático. Mis orejas son normales, no pienso en ellas pero… y si no lo fuesen ¿Qué?