Las personas que padecen un trastorno obsesivo compulsivo, no siempre han tenido la misma obsesión, sino que ésta ha podido ir cambiando con el tiempo. Por ejemplo, en un principio el objeto de su obsesión pudieron ser los escrúpulos de conciencia y al transcurrir los años esos escrúpulos desaparecen para dar paso de inmediato a una obsesión de tipo hipocondríaco.
Se repite con mucha frecuencia y está muy generalizado que, aquel que padece un TOC, cuando tiene hijos focalice en ellos su obsesión. Supongamos que la obsesión de la persona sean los contagios. Pensar que rozarse con alguien por la calle, en el metro, en un autobús o donde sea, es causa “muy probable” de haberse contagiado de alguna enfermedad incurable. Esta persona tiene un hijo y ese pensamiento irracional lo traslada al hijo. Pensará que el hijo, ante un contacto cualquiera, como puede ser que le coja en brazos su marido, su madre o quien sea, se contagiará de algo infeccioso si aquellos no están suficientemente limpios, según su criterio. Es entonces cuando surgen las compulsiones absurdas de los lavados continuos, desinfecciones de todo tipo y evitación de manera continuada de contacto alguno del niño con el exterior. Es como desear introducirle en una urna herméticamente cerrada y aislada de gente y objetos. En este caso, es trasladar la obsesión de contagio de ella, a la obsesión de que el contagiado pueda ser el hijo.
Puede suceder que el pensamiento obsesivo cambie. Es decir, esa madre obsesionada por el contagio, puede cambiar a la obsesión de que su hijo pueda tener un accidente como por ejemplo que le atropelle un coche, que se caiga en los columpios del colegio, que le rapten etc. A partir de ahí surgirá la vigilancia extrema; no dejarle ni un instante solo, hablar reiteradamente con profesores para que vigilen de continuo al niño, no permitir que vaya a casa de los abuelos si no está ella presente y en definitiva extremar hasta el absurdo y la irracionalidad esa vigilancia atroz.
En todos los casos, en estas personas aparece un doble sufrimiento. El primero, es el que ya tiene por el hecho de padecer el TOC. Ese sinvivir del pensamiento continuo y reiterativo y de las compulsiones que toda obsesión lleva aparejada como pueden ser los lavados continuados, comprobaciones, vigilancias y rituales de todo tipo que conllevan al agotamiento y desesperación. El segundo, es el gran sentimiento de culpa que hace su aparición. Pensar y sentir que su hijo está “aprendiendo” a pensar y a actuar como ella. «¿Cómo es posible, se preguntará, que a mi hijo que es lo que más quiero en el mundo le esté convirtiendo en un ser como yo soy? Yo no deseo que mi hijo sufra como sufro yo. Y para ello, tendría que darle esa libertad racional que todo niño debe tener, pero ¿y si de esa manera tiene un accidente como mi pensamiento me dice…?»
El tormento y la angustia son indescriptibles, pero es un laberinto en el que esa mujer no encuentra la salida. De nada le valen las argumentaciones del marido. Pensará que éste, como padre del niño, quiere lo mejor para él y que seguramente tienen razón; pero ella no puede o no sabe admitirlo.
Obsesión y culpa. Culpa y obsesión. ¿Y así hasta cuando? Sencillamente hasta que aquel o aquella que sufre este desgarro del TOC, decida buscar con la ayuda de un profesional la salida del laberinto.
Y al margen de la obsesión, es necesario añadir el desencuentro que esta persona obsesiva tiene con su pareja. Enfados, discusiones y en muchas ocasiones, amenazas de separación. Aquel que observa la anormalidad del otro para con el hijo, no puede admitir el deterioro al que se está sometiendo al niño; es por ello por lo que en estos casos y si se requiere, en el tratamiento psicológico del TOC, se deben emplear unas cuantas sesiones encaminadas al reencuentro y recomposición de la pareja.
Seguiremos abordando en otros artículos este tema, ya que es muy recurrente dentro del Trastorno obsesivo compulsivo.