La agorafobia se soluciona
Me llamo Carla. Hace 9 años aproximadamente, tuve un problema de agorafobia que me tuvo prácticamente anulada durante dos años.
Recuerdo la primera vez que tuve un ataque de pánico; iba camino a la Facultad, conduciendo y empecé a sentirme mareada y con mucha presión en el pecho. Me asusté muchísimo, pensé que me estaba dando un ataque al corazón, me faltaba el aire y no podía respirar. Recuerdo que me paré en el arcén en medio de la carretera y pedí ayuda como pude. Empezaron a parar coches, llamaron a emergencias y al poco rato vino una ambulancia que me trasladó a un hospital. La situación fue de lo más aparatosa, pero yo lo único que quería era que salvaran mi vida, estaba convencida de que me estaba muriendo. Fue un momento horrible.
Una vez en el hospital, me hicieron todo tipo de pruebas y me dijeron que había tenido una crisis de ansiedad. Por un lado, sentí alivio pero por otro no estaba realmente convencida, pensaba: ¿y si no me han hecho las pruebas suficientes y han pasado algo por alto?
Cuando más o menos estuve convencida de que lo mío había sido un ataque de pánico y que no tenía nada que ver con algo físico, en vez de sentirme mejor, empezó mi verdadera tortura. Pensaba que si no tenía nada y me había dado ese ataque, me podía volver a ocurrir en cualquier momento.
El coche, por supuesto, no lo volví a coger. A la universidad me tenía que llevar alguno de mis hermanos porque sola no quería ir y cada dos por tres, en cuanto sentía algo de miedo o de ansiedad, les llamaba para que me viniesen a buscar porque pensaba que me iba a desmayar en cualquier esquina.
Hasta ahí llevaba una vida “más o menos normal”. Con miedo, pero seguía haciendo cosas.
Un par de meses después, había quedado con unos amigos cerca de mi casa para tomar algo. Iba andando por la calle y noté como se me nublaba la vista y otra vez la misma sensación de falta de aire y de ahogo. Me tumbé en un banco, pedí ayuda y ahí si que no recuerdo nada más… y otra vez al hospital.
A partir de ese momento, me quedé anulada por completo. Dejé de estudiar y de ir a clase. No salía de casa para nada. Lo único que hacía era ver la tele, dar una vuelta con alguien de mi familia (cuando me obligaban) y por supuesto, con mis ansiolíticos que me tenían medio atontada todo el día.
La gente al principio venía a verme, me intentaban convencer para que saliese a dar una vuelta etc. pero al final se cansaron porque yo no estaba receptiva, no me apetecía que me estuviesen todo el día hablando de mi tema y me volví bastante seca y antipática, por lo mal que me encontraba. Solo quería tomarme mis pastillas, quedarme un poco atontada y que me dejasen en paz.
Tras año y medio de estar así y gracias a la insistencia de mis padres y mis hermanos, accedí a empezar un tratamiento psicológico; con muy pocas esperanzas, eso si, de que lo mío se pudiese solucionar.
La primera vez que fui a ver a Silvia, fui de un humor horrible, más antipática no pude ser (más tarde, nos reíamos recordando esa primera entrevista). No tenía muchas ganas de empezar un tratamiento, pero decidí darme una oportunidad.
Ahora, después de tanto tiempo, lo recuerdo todo como un mal sueño. Volviendo la vista atrás, creo que no me resultó tan difícil superar mi problema, poco a poco fui perdiendo miedo, me fui enfrentando a situaciones, conseguí vencer a mis pensamientos irracionales y fui adquiriendo otra vez confianza en mi misma.
Volví a retomar mi carrera, la terminé y ahora trabajo en el extranjero, conduzco, cojo aviones y en definitiva, soy libre.
Quiero, a través de la oportunidad que me ha dado Silvia de escribir aquí, animar a las personas que estén viviendo el tormento de la agorafobia, a que luchen, a que busquen ayuda, porque esto se supera y una vez se sale de un trastorno así, la vida se disfruta muchísimo más.
Comentarios recientes